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lunes, 25 de abril de 2011

VIDA Y OBRA DE O' SENSEI MORIHEI UESHIBA






















O' SENSEI MORIHEI UESHIBA

El 14 de diciembre de 1883 nace Morihei Ueshiba, en la pequeña villa de Tanabe en el distrito de wakayama. Cuarto hijo de Yorokuy de Yuki Ueshiba, era un niño de débil constitución y a menudo caía enfermo. Pero poseía una gran voluntad y predisposición a la búsqueda espiritual. Su fuego interno le impulsaba con vehemencia a encontrar la armonía con la Naturaleza, con las fuerzas y energías sutiles.

Las extraordinarias historias que circulaban en la región de Kumano sobre la legendaria vida y los portentosos hechos del maestro Kobo Daishi, fundador de la rama esotérica del budismo japonés Shingon Shu, así como las hazañas de los grandes guerreros del pasado, sumergían al joven Ueshiba en ensoñaciones místicas y caballerescas. Decidido a forjarse una mente y un cuerpo sanos, se obliga a largas marchas a través de las montaña, cargado con pesados sacos de arroz. Su padre, preocupado por el destino de su débil hijo, que pasaba sus horas en la soledad de los parajes más recónditos entregado a la meditación , al ejercicio de las viejas técnicas marciales y a la recitación de letanías y sutras budistas, le obligó a practicar la natación y el Sumo, la ancestral lucha japonesa.

Asistía secretamente a las escuelas de Jiu-Jitsu, el antiguo arte de los Samurai. En 1901, en Tokio, fundó una sociedad comercial, la Compañía Ueshiba, y continuó instruyéndose en el arte de la lanza y la espada, bajo la tutela de célebres maestros. Pero, enfermo tuvo que regresar a Tanabe, para pasar allí una larga convalecencia. Una vez restablecido, contrajo matrimonio con una antigua amiga de la infancia, hatsu Itokawa, de cuya unión nacerían dos hijos.

A los veintiún años, Ueshiba se alistó en la armada, atrayendo rápidamente la atención de sus superiores, que veían en él un soldado ejemplar, cuyo rigor y disposiciones marciales eran pocos comunes. La contienda ruso-japonesa fue para Ueshiba una buena palestra para someter su cuerpo y su espíritu a las más duras pruebas. Sus habilidades eran tan singulares que los soldados llegaron a llamarle Kami, dios o divinidad viviente protectora. Pero la visión de la muerte en el campo de batalla, los gritos desesperados de hombres heridos, moribundos y torturados por el hambre y la sed hicieron que poco a poco fueran diluyéndose en él su amor por la vida militar. Fue así como decidió abandonar el ejército para, una vez más, dedicarse al cultivo de la tierra y a comulgar con la naturaleza.

Conforme a un plan de repoblación emprendida por el Gobierno japonés en Hokkaido, en 1912, Ueshiba, reagrupó a varias familias y se dirigió con ellas hacia las frías zonas de Yeso para dedicarse a la agricultura y a la ganadería. Las tempestades, los vientos violentos y la nieve hacían difícil la vida de aquellas ochenta personas unidas en esta aventura. Ueshiba trabajó duramente día y noche para extraer de la tierra sus dones del cielo. En la soledad continuaba su duro entrenamiento en las disciplinas del Budo (la vía del guerrero), impregnándose quizás de aquella sobrecogedora belleza, de aquella visión de una naturaleza salvaje y cautivadora a la vez. Podemos imaginar a Ueshiba esgrimiendo su sable contra enemigos invisibles, en medio del fragor de la tempestad o ante el espectáculo sobrecogedor del invierno norteño. Pero una vez más la vida se presentaba difícil para Ueshiba. Una triste noticia le hacía saber que su padre, moribundo, le aguardaba en su lecho de muerte. Regresa de inmediato. En Tanabe es informado de que su padre ha muerto cuatro días antes. Sumido en la más cruda desgracia, se retira varios meses a la vida solitaria y se sumerge en la oración y en la meditación. Sus pensamientos y su vacío espiritual le llevan a dar con alguien que tiempo antes había conocido. Se trataba del reverendo Wanisaburo Deguchi, quien, había creado una forma de shintoísmo místico llamado Omoto-Kyo, la escuela del Gran Principio o de la Gran Causa. Esta rama espiritual propugnaba la necesidad de la armonía con la Naturaleza y la purificación del cuerpo y del espíritu. Inspirada en la metafísica shinto, la Omoto-Kyo establecía que la causa primaria del Universo es la vitalidad y toda la creación misma es emanación de esta energía fundamental. Sus enseñanzas, que no pudieron sino cautivar la mente y el corazón de Ueshiba, postulaban:

• Observad los verdaderos fenómenos de la Naturaleza y penetraréis en la sustancia del único y verdadero Dios.

• Observad el funcionamiento impecable del Universo y penetraréis en la Energía del único y verdadero Dios.

• Observad la mente de los seres vivos y llegaréis a concebir el Alma del único y verdadero dios.

Entusiasmado por este nuevo proyecto, que colmaba sus más íntimas aspiraciones, Ueshiba abandonó en un singular periplo: viajar a Siberia y Mongolia. La noche del 13 de febrero de 1924, Deguchi logro evadirse del arresto local y abandonó el Japón acompañado por algunos discípulos de Ueshiba. Otros aventureros del espíritu se unieron a la expedición; en China llegaron a formar un ejército de la Paz que, en principio, contó con el apoyo del Gobierno, si bien tal acogida no privó a la expedición de asaltos de bandidos e incluso del hostigamiento del propio ejército chino, que llegó a matar a alguno de los miembros. El mismo Ueshiba y Deguchi estuvieron a punto de caer bajo las balas de un pelotón de fusilamiento, pero una intervención oportuna de la diplomacia japonesa logró salvarles la vida. Ya de regreso en el Japón, Ueshiba decidió retirarse a las montañas para orar. Se entrenaba como un monje, en la más sobria austeridad, llegando al límite de su resistencia física, obsesionado quizás con la idea de esa purificación del cuerpo y de mente de la que hablaba Deguchi.

El año 1925 fue decisivo en la vida del maestro Morihei Ueshiba. Tuvo también gran importancia en la historia de las artes marciales, el maestro dio a las artes marciales una orientación y una significación tan originales como inesperadas. Inspirándose en la naturaleza, dio a las artes marciales, el budo en su conjunto. Hizo la síntesis de todas las técnicas que había dominado; perfeccionó un conjunto diferente de técnicas cuya razón de ser ha definido claramente; dio nacimiento al aikido, precisando que las técnicas del budo no son sino los caminos que conducen al hombre a asimilarse al universo para cumplir mejor su misión de amar y proteger con amplitud de espíritu a todos los seres de la creación.

Creó el aikido, arte marcial por su origen y su esencia, no ya a partir del deseo de destrucción o de muerte, sino a partir del culto de la vida. Nacido de un deseo de síntesis, de equilibrio entre el cuerpo y el espíritu del ser humano, entre el hombre y el universo y el hombre en la sociedad, el aikido no es sino el resultado de las vías trazadas, la realización de todas las tendencias y las aspiraciones de las épocas y los hombres que han marcado la evolución de las artes marciales. Se distingue de las demás formas marciales por su carácter constantemente humano y apaciguador. Así la práctica del aikido se subordina siempre a una preparación mental adecuada.

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